¡Sínodo, sínodo, sínodo! La gran noticia eclesial de estos días, aquella en la que están puestas todas las miradas de los medios católicos, de los medios que no quieren saber nada de Dios y de los medio medios. Leyéndolos parece que el único asunto del que van a tratar en Roma es sobre los divorciados vueltos a casar... El tema de la familia es mucho más amplio que eso, y son muchas cosas las que van a abordarse.
Leo mucho pesimismo ante los posibles cambios que vaya a haber, da la sensación de que somos muy miedosos ante las cosas nuevas y los cambios de perspectiva. Si uno lo piensa bien... ¿Acaso los Obispos y teólogos expertos venidos de todo el mundo no van a tener buen criterio en sus intervenciones, o es que son malos? ¿No es admirable y precioso que la Iglesia de todo el mundo pueda reunirse en comunión y hablar sin miedo de los problemas actuales para dar una respuesta clara al hombre hoy? ¿Y Dios no va a pintar nada en todo esto, yo no está detrás de su iglesia y son todo meras decisiones humanas?
El sínodo es bueno. ¿Van a cambiar y aclarar cosas? ¡Por supuesto que si! Menos mal. ¿Si no para qué se hace? Pero tranquilo, querido lector, que los sacramentos seguirán siendo siete, los mandamientos diez y seguiremos pronunciando el mismo Credo los domingos. Lo que al Sínodo preocupa no es cambiar el dogma sino el corazón de las personas hoy. No olvidemos que va a ser largo, son temas profundos los que se tratan, no en vano el año que viene habrá otro sínodo sobre la familia.
Y no olvidemos tampoco que el Papa ha pedido oraciones por este encuentro, y a nosotros nos toca rezar. Es lo mejor que podemos hacer, falta que nos lo creamos. ¡Hasta más leernos, amigo lector!
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