¡Hola, hola, hola!
Querido lector... ¡qué agradable sorpresa levantarse esta semana con la noticia de que los batos Juan Pablo II y Juan XXIII serán canonizados a finales de abril por Francisco! Genial que sea una celebración conjunta para ambos Papas. Genial. Ya dedicaré un día de estos una entrada a hablar de ello.
Hoy quisiera reflexionar de otra cosa, querido lector. Este fin de semana he estado de peregrinación al monasterio de la Virgen de Guadalupe (no el de México sino el de Extremadura, jeje). Más de 750 jóvenes, consagradas, seminaristas, sacerdotes, procedentes de todos los rincones de mi diócesis de Getafe. Un regalo.
No es una novedad, pues cada año vamos allí por estas fechas. Me encanta. Juntos ponemos a los pies de María las alegrías y sufrimientos que traemos, el curso nuevo que empieza en las parroquias, los estudios, los trabajos, las familias, las amistades... ¡Y no falla! Juntos compartimos camino, alojamiento incómodo, comida fria, amistades nuevas, conversaciones de Dios, muchas risas, alguna pena... Juntos somos iglesia.
No se cuantas veces habrá hecho esta peregrinación... ¿nueve?, ¿diez?, ¿once?... No lo se. Pero se que cada una ha sido especial, única, irrepetible. La de este año también, por muchas cosas, de las que, simplemente quisiera recoger una: ha llovido mucho.
Siempre solíamos tener buen tiempo, no recuerdo un tiempo tan raro desde hace años. La lluvia es una incomodidad añadida a nuestro andar, a nuestro poder descansar en la plaza del pueblo, a nuestro podernos sentar en cualquier lugar del suelo, a nuestro poder ir con la ropa seca. La lluvia en una sorpresa que hace que muchas cosas cambien, y eso es lo que me ha gustado.
Porque hablamos de que en una peregrinación (como en la vida misma) puede haber imprevistos, dificultades que hay que aceptar con alegría, pero muchas veces en el fondo nos cuesta comprender lo que se sale de nuestros planes y esquemas mentales. Somos así.
Qué alegría comprender esto nuevamente: que los obstáculos y cruces no son los que uno busca, sino los que nos vienen porque Dios permite. Sus planes no son los nuestros, sus esquemas rompen los nuestros.
Querido lector... Dios siempre sorprende, y nunca nos deja solos en la sorpresa. Ello es maravilloso. Muchas más cosas podría decirte de esto, muchas otras anécdotas podría contarte del fin de semana en Guadalupe... Pero esas son otras historias, mejor contarlas en otro momento.
Hasta entonces, amigo, Dios te bendiga.
P.D.: Y si tu también has estado en Guadalupe... ¡ten cuidado con el síndrome de Disneylandia!
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