¡Hola, hola, hola!
¡Querido lector!
Decía San Juan Bosco que "la Santidad consiste en estar siempre alegres". No se puede decir mejor. Me encanta.
Y es que efectivamente, la alegría es algo natural al cristiano. En los Santos, que han vivido la alegría verdadera, tenemos el mejor ejemplo. "Los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres", decía San Atanasio.
Pero ¿qué alegría verdadera es esta?
La verdadera alegría no se encuentra en el fondo de un vaso de tubo, ni en el éxito, ni en el éxito de que todo el entorno que nos rodea nos valore, ni en la satisfacción mas o menos ordenada de todos los placeres que parece pedir el cuerpo. No. Eso son esperanzas vanas que dejan vacío el corazón en cuanto este descubre que fallan (y llega el famoso "bajón").
No hay que confundir la alegría verdadera con el simplemente estar contento o el vivir sin ningún tipo de problema. ¡Gran error! La alegría es algo mucho más profundo a un estado de ánimo, es un estado del corazón que se sabe amado y sostenido por Dios, con plena confianza en ello.
Ninguno estamos libres de problemas y sufrimientos, de dificultades y tristezas, y, aún en medio de ellos, se puede vivir esta verdadera alegría, precisamente porque Dios tampoco ha querido estar libre de dificultades, sufrimienos, incluso de la misma muerte. Se ha hecho hombre con todas las consecuencias, para dar sentido y poder comprender cualquier cosa que nos sucede en la vida. De la cruz nace la verdadera alegría, la de los Santos.
¡Y qué hermoso es vivir alegres! "Los seguidores de Cristo viven contentos y alegres y se glorían de su pobreza
más que los reyes de su diadema", escribió San Juan Crisóstomo.
Dios, querido lector, entiende cualquier cosa que nos ocurra, siempre está cerca, aún mas cerca de todo lo que nos podamos llegar a imaginar. De ahí brota la verdadera alegría del cristiano. En Cristo cualquier cosa en la vida cobra sentido.
¡Hay que gritarlo! ¡Cómo no vamos a estar alegres!
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