Faltaba por colgar aquí un bonito texto del Encuentro Mundial de las Familias, el de la Fiesta de los Testimonios, en la que el Papa Benedicto se encontró con familias de todo el mundo, y en el que contestó a distintas preguntasque estas le propusieron, sobre el descanso, el trabajo, el compromiso, los miedos en las familias, las personas divorciadas...
Especialmente bonita e interesante es la primera pregunta que una niña vietnamita hace al Papa, preguntándole por su infancia.
Es largo pero te va a encantar. Lo dejo debajo...
FIESTA DE LOS TESTIMONIOS
INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Parco de Bresso
Sábado 2 de junio de 2012
Parco de Bresso
Sábado 2 de junio de 2012
1. CAT TIEN (niña de Vietnam): Hola, Papa. Soy Cat Tien, vengo de Vietnam. Tengo siete años y te quiero presentar a mi familia. Él es mi papá, Dan, y mi mamá se llama Tao, y este es mi hermanito Binh. Me gustaría mucho saber algo de tu familia y de cuando eras pequeño como yo...
SANTO PADRE: Gracias a ti, querida, y a los padres: gracias de corazón. Así que has preguntado cómo son los recuerdos de mi familia: ¡serían tantos! Quisiera decir sólo alguna cosa. Para nosotros, el punto esencial para la familia era siempre el domingo, pero el domingo comenzaba ya el sábado por la tarde. El padre nos contaba las lecturas, las lecturas del domingo, tomadas de un libro muy difundido en aquel tiempo en Alemania, en el que también se explicaban los textos. Así comenzaba el domingo: entrábamos ya en la liturgia, en una atmósfera de alegría. Al día siguiente íbamos a Misa. Mi casa está cerca de Salzburgo y, por tanto, teníamos mucha música – Mozart, Schubert, Haydn – y, cuando empezaba el Kyrie, era como si se abriera el cielo. Y, naturalmente, luego, en casa, era muy importante una buena comida todos juntos. Además, cantábamos mucho: mi hermano es un gran músico, ya de chico hacía composiciones para todos nosotros y, así, toda la familia cantaba. El papá tocaba la cítara y cantaba; son momentos inolvidables. Naturalmente, luego hemos hecho viajes juntos, paseos; estábamos cerca de un bosque, así que caminar por los bosques era algo muy bonito: aventuras, juegos, etc. En una palabra, éramos un solo corazón y un alma sola, con tantas experiencias comunes, incluso en tiempos muy difíciles, porque eran los años de la guerra, antes de la dictadura, y después de la pobreza. Pero este amor recíproco que había entre nosotros, esta alegría aun por cosas simples era grande y así se podían superar y soportar también las dificultades. Me parece que esto es muy importante: que también las pequeñas cosas hayan dado alegría, porque así se expresaba el corazón del otro. De este modo, hemos crecido en la certeza de que es bueno ser hombre, porque veíamos que la bondad de Dios se reflejaba en los padres y en los hermanos. Y, a decir verdad, cuando trato de imaginar un poco cómo será en el Paraíso, se me parece siempre al tiempo de mi juventud, de mi infancia. Así, en este contexto de confianza, de alegría y de amor, éramos felices, y pienso que en el Paraíso debería ser similar a como era en mi juventud. En este sentido, espero ir «a casa», yendo hacia la «otra parte del mundo».
2. SERGE RAZAFINBONY Y FARA ANDRIANOMBONANA, (Pareja de novios de Madagascar):
SERGE: Santidad, somos Fara y Serge, y venimos de Madagascar.
Nos hemos conocido en Florencia, donde estamos estudiando, yo ingeniería y ella economía. Somos novios desde hace cuatro años y soñamos volver a nuestro país en cuanto terminemos los estudios para dar una mano a nuestra gente, también mediante nuestra profesión.
FARA: Los modelos familiares que predominan en Occidente no nos convencen, pero somos conscientes de que también muchos tradicionalismos de nuestra África deban ser de algún modo superados. Nos sentimos hechos el uno para el otro; por eso queremos casarnos y construir un futuro juntos. También queremos que cada aspecto de nuestra vida esté orientado por los valores del Evangelio.
Pero hablando de matrimonio, Santidad, hay una palabra que, más que ninguna otra, nos atrae y al mismo tiempo nos asusta: el «para siempre»...
SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por este testimonio. Mi oración os acompaña en este camino de noviazgo y espero que podáis crear, con los valores del Evangelio, una familia «para siempre». Usted ha aludido a diversos tipos de matrimonio: conocemos el «mariage coutumier» de África y el matrimonio occidental. A decir verdad, también en Europa había otro modelo de matrimonio dominante hasta el s. XIX, como ahora: a menudo, el matrimonio era en realidad un contrato entre clanes, con el cual se traba de conservar el clan, de abrir el futuro, de defender las propiedades, etc. Se buscaba a uno para el otro por parte del clan, esperando que fueran idóneos uno para otro. Así sucedía en parte también en nuestros países. Yo me acuerdo que, en un pequeño pueblo en el que iba al colegio, en buena parte se hacía todavía así. Pero luego, desde el s. XIX, viene la emancipación del individuo, de la persona, y el matrimonio no se basa en la voluntad de otros, sino en la propia elección; comienza con el enamoramiento, se convierte luego en noviazgo y finalmente en matrimonio. En aquel tiempo, todos estábamos convencidos de que ese era el único modelo justo y de que el amor garantizaba de por sí el «siempre», puesto que el amor es absoluto y quiere todo, también la totalidad del tiempo: es «para siempre». Desafortunadamente, la realidad no era así: se ve que el enamoramiento es bello, pero quizás no siempre perpetuo, como lo es también el sentimiento: no permanece por siempre. Por tanto, se ve que el paso del enamoramiento al noviazgo y luego al matrimonio exige diferentes decisiones, experiencias interiores. Como he dicho, es bello este sentimiento de amor, pero debe ser purificado, ha de seguir un camino de discernimiento, es decir, tiene que entrar también la razón y la voluntad; han de unirse razón, sentimiento y voluntad. En el rito del matrimonio, la Iglesia no dice: «¿Estás enamorado?», sino «¿quieres?», «¿estás decidido?». Es decir, el enamoramiento debe hacerse verdadero amor, implicando la voluntad y la razón en un camino de purificación, de mayor hondura, que es el noviazgo, de modo que todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón y la fuerza de voluntad, dice realmente: «Sí, esta es mi vida». Yo pienso con frecuencia en la boda de Caná. El primer vino es muy bueno: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, tiene que fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que llega a ser realmente «segundo vino» es más bueno, mejor que el primero. Y esto es lo que hemos de buscar. Y aquí es importante también que el yo no esté aislado, el yo y el tú, sino que se vea implicada también la comunidad de la parroquia, la Iglesia, los amigos. Es muy importante esto, toda la personalización justa, la comunión de vida con otros, con familias que se apoyan una a otra; y sólo así, en esta implicación de la comunidad, de los amigos, de la Iglesia, de la fe, de Dios mismo, crece un vino que vale para siempre. ¡Os felicito!
3. FAMILIA PALEOLOGOS (Familia griega)
NIKOS: ¡Kalispera! Somos la familia Paleologos. Venimos de Atenas. Me llamo Nikos y ella es mi mujer Pania. Y estos son nuestros dos hijos, Pavlos y Lydia.
Hace años, con otros dos socios, invirtiendo todo lo que teníamos, hemos creado una pequeña sociedad de informática.
Al llegar la durísima crisis económica actual, los clientes han disminuido drásticamente, y los que han quedado aplazan cada vez más los pagos. A duras penas logramos pagar los sueldos de los dos dependientes, y a nosotros, los socios, nos queda muy poco: así que, cada día que pasa, nos queda cada vez menos para mantener a nuestras familias. Nuestra situación es una como tantas, una entre millones de otras. En la ciudad, la gente va agachando la cabeza; ya nadie confía en nadie, falta la esperanza.
PANIA: También a nosotros, aunque seguimos creyendo en la providencia, se nos hace difícil pensar en un futuro para nuestros hijos.
Hay días y noches, Santo Padre, en los cuáles nos surge la pregunta sobre cómo hacer para no perder la esperanza. ¿Qué puede decir la Iglesia a toda esta gente, a estas personas y familias a las que ya no queda perspectivas?
SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por este testimonio que me ha llegado al corazón y al corazón de todos nosotros. ¿Qué podemos responder? Las palabras son insuficientes. Deberíamos hacer algo concreto y todos sufrimos por el hecho de que somos incapaces de hacer algo concreto. Hablemos primero de la política: me parece que debería crecer el sentido de responsabilidad en todos los partidos, que no prometan cosas que no pueden realizar, que no busquen sólo votos para ellos, sino que sean responsables del bien de todos y que se entienda que la política es siempre también responsabilidad humana, moral ante Dios y los hombres. Después, también las personas sufren y tienen que aceptar, naturalmente, la situación tal como es, a menudo sin posibilidad de defenderse. Sin embargo, también podemos aquí decir: tratemos de que cada uno haga todo lo que esté en sus manos, que piense en sí mismo, en la familia y en los otros con gran sentido de responsabilidad, sabiendo que los sacrificios son necesarios para seguir adelante. Tercer punto: ¿qué podemos hacer nosotros? Esta es mi pregunta en este momento. Pienso que quizás podrían ayudar los hermanamientos entre ciudades, entre familias, entre parroquias. Nosotros tenemos ahora en Europa una red de hermanamientos, pero se trata de intercambios culturales, ciertamente muy buenos y útiles, pero quizás se requieran hermanamientos en otro sentido: que realmente una familia de Occidente, de Italia, Alemania o Francia,... se tome la responsabilidad de ayudar a otra familia. Y también así las parroquias, las ciudades: que asuman verdaderamente una responsabilidad, que ayuden de forma concreta. Y estad seguros: yo y tantos otros rogamos por vosotros, y esta plegaria no es sólo pronunciar palabras, sino que abre el corazón a Dios, y así suscita también creatividad para encontrar soluciones. Esperamos que el Señor nos ayude, que el Señor os ayude siempre. Gracias.
4. FAMILIA RERRIE (Familia estadounidense)
JAY: Vivimos cerca de Nueva York.
Me llamo Jay, soy de origen jamaicano y trabajo de contable. Ella es mi mujer, Anna, y es maestra de apoyo. Y estos son nuestros seis hijos, que tienen de 2 a 12 años. Así que se puede imaginar, Santidad, que nuestra vida está hecha de continuas carreras contra el tiempo, de afanes, de ajustes muy complicados...
También para nosotros, en los Estados Unidos, una de las prioridades absolutas es conservar el puesto de trabajo y, para ello, no hay que atenerse a los horarios y, con frecuencia, lo que se resiente son precisamente las relaciones familiares.
ANNA: En verdad no siempre es fácil… La impresión, Santidad, es que las instituciones y las empresas no facilitan compaginar el tiempo del trabajo con el tiempo para la familia.
Santidad, imaginamos que para usted tampoco es fácil conciliar sus infinitos compromisos con el descanso.
¿Tiene algún consejo para ayudarnos a reencontrar esta armonía necesaria? En el torbellino de tantos estímulos impuestos por la sociedad contemporánea, ¿cómo ayudar a la familia a vivir la fiesta según el corazón de Dios?
SANTO PADRE: Es una gran cuestión, y creo entender este dilema entre las dos prioridades: la prioridad del puesto de trabajo es fundamental, como lo es la prioridad de la familia. Y cómo armonizar las dos prioridades. Puedo tratar únicamente de dar algún consejo. El primer punto: hay empresas que permiten un cierto extra para las familias – el día del cumpleaños, etc. – y comprueban que conceder un poco de libertad, al final hace bien también a la empresa, porque refuerza el amor por el trabajo, por el puesto de trabajo. Por tanto, quisiera aquí invitar a quienes dan trabajo a pensar en la familia, a pensar también en dar su aportación para que las dos prioridades puedan conciliar. Segundo punto: me parece que naturalmente se deba buscar una cierta creatividad, y esto no siempre es fácil. Pero llevar cada día a la familia al menos algún motivo de alegría, de atención, alguna renuncia a la propia voluntad para estar juntos en familia, y de aceptar y superar las noches, las oscuridades de las que antes ya he hablado, pensando en este gran bien que es la familia y encontrar así una conciliación de las dos prioridades, también en la solicitud por llevar cada día algo bueno. Y finalmente, está el domingo, la fiesta; espero que en America se observe el domingo. Y por tanto, este día, me parece muy importante, porque el domingo, precisamente en cuanto día del Señor es también «día del hombre», porque estamos libres. En el relato de la creación, esta era la intención original del Creador: que todos seamos libres un día. En esta libertad de uno para el otro, para sí mismos, se es libre para Dios. Pienso que así defendemos la libertad del hombre, defendiendo el domingo y las fiestas como días de Dios y así días del hombre. Os felicito. Gracias.
5. FAMILIA ARAUJO (familia brasileña de Porto Alegre)
MARIA MARTA: Santidad, como en el resto del mundo, también en Brasil los fracasos matrimoniales van aumentando.
Me llamo María Marta, él es Manoel Angelo. Estamos casamos desde hace 34 años y somos ya abuelos. En cuanto medico y psicoterapeuta familiar encontramos tantas familias, observando en los conflictos de pareja una dificultad mayor de perdonar y de aceptar el perdón, pero en diversos casos hemos visto el deseo y la voluntad de construir una nueva unión algo de duradero, también para los hijos que nacen de la nueva unión.
MANOEL ANGELO: Algunas de estas parejas que se vuelven a casar desearían acercarse nuevamente a la Iglesia, pero cuando ven que se les niega los sacramentos su desilusión es grande. Se sienten excluidos, marcados por un juicio inapelable.
Estos grandes sufrimientos hieren en lo profundo a quien está implicado; heridas que se convierten también parte del mundo, y son heridas también nuestras, de toda la humanidad.
Santo Padre, sabemos que esta situación y estas personas es una gran preocupación para la Iglesia: ¿Qué palabras y signos de esperanza podemos darles?
SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por vuestro trabajo tan necesario de psicoterapeutas para la familia. Gracias por todo lo que hacéis por ayudar a estas personas que sufren. En realidad, este problema de los divorciados y vueltos a casar es una de las grandes penas de la Iglesia de hoy. Y no tenemos recetas sencillas. El sufrimiento es grande y podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno individualmente, a que ayuden a estas personas a soportar el dolor de este divorcio. Diría que, naturalmente, sería muy importante la prevención, es decir, que se profundizara desde el inicio del enamoramiento hasta llegar a una decisión profunda, madura; y también el acompañamiento durante el matrimonio, para que las familias nunca estén solas sino que estén realmente acompañadas en su camino. Y luego, por lo que se refiere a estas personas, debemos decir – como usted ha hecho notar – que la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir este amor. Me parece una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera» aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la Iglesia. A lo mejor, si no es posible la absolución en la Confesión, es muy importante sin embargo un contacto permanente con un sacerdote, con un director espiritual, para que puedan ver que son acompañados, guiados.
Además, es muy valioso que sientan que la Eucaristía es verdadera y participada si realmente entran en comunión con el Cuerpo de Cristo. Aun sin la recepción «corporal» del sacramento, podemos estar espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es importante. Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un don para la Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia. Gracias por vuestro compromiso.
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