Nueva catequesis de Benedicto XVI sobre el tema de la oración. Bueno, no es nueva, es de agosto, pero es novedosa en el blog.
En esta ocasión, el Papa aborda el tema de la meditación. A veces pensamos que meditar es algo propio de raras religiones orientales o filosofías "new age", que se hace mediante raras posturas corporales... ¡Nada de eso! Benedicto XVI nos dirá que la meditación es "la vida de contacto con Dios". Genial.
Como siempre, podéis pinchar en leer más para leerla...
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Benedicto XVI
Catequesis de la Oración
10. La meditación
Castelgandolfo
Miércoles 17 de agosto de 2011
Miércoles 17 de agosto de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos aún en la luz de
la fiesta de la Asunción de la Virgen, que, como he dicho, es una fiesta
de esperanza. María ha llegado al Paraíso y este es nuestro destino:
todos nosotros podemos llegar al Paraíso. La cuestión es cómo. María ya
ha llegado. Ella —dice el Evangelio— es «la que creyó que se cumpliría
lo que le había dicho el Señor» (cf. Lc 1, 45). Por tanto, María
creyó, se abandonó a Dios, entró con su voluntad en la voluntad del
Señor y así estaba precisamente en el camino directísimo, en la senda
hacia el Paraíso. Creer, abandonarse al Señor, entrar en su voluntad:
esta es la dirección esencial.
Hoy no quiero hablar sobre la
totalidad de este camino de la fe, sino sólo sobre un pequeño aspecto de
la vida de oración, que es la vida de contacto con Dios, es decir,
sobre la meditación. Y ¿qué es la meditación? Quiere decir: «hacer
memoria» de lo que Dios hizo, no olvidar sus numerosos beneficios (cf. Sal
103, 2b). A menudo vemos sólo las cosas negativas; debemos retener en
nuestra memoria también las cosas positivas, los dones que Dios nos ha
hecho; estar atentos a los signos positivos que vienen de Dios y hacer
memoria de ellos. Así pues, hablamos de un tipo de oración que en la
tradición cristiana se llama «oración mental». Nosotros conocemos de
ordinario la oración con palabras; naturalmente también la mente y el
corazón deben estar presentes en esta oración, pero hoy hablamos de una
meditación que no se hace con palabras, sino que es una toma de contacto
de nuestra mente con el corazón de Dios. Y María aquí es un modelo muy
real. El evangelista san Lucas repite varias veces que María, «por su
parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (2, 19;
cf. 2, 51b). Las custodia y no las olvida. Está atenta a todo lo que el
Señor le ha dicho y hecho, y medita, es decir, toma contacto con
diversas cosas, las profundiza en su corazón.
Así pues, la que
«creyó» en el anuncio del ángel y se convirtió en instrumento para que
la Palabra eterna del Altísimo pudiera encarnarse, también acogió en su
corazón el admirable prodigio de aquel nacimiento humano-divino, lo
meditó, se detuvo a reflexionar sobre lo que Dios estaba realizando en
ella, para acoger la voluntad divina en su vida y corresponder a ella.
El misterio de la encarnación del Hijo de Dios y de la maternidad de
María es tan grande que requiere un proceso de interiorización, no es
sólo algo físico que Dios obra en ella, sino algo que exige una
interiorización por parte de María, que trata de profundizar su
comprensión, interpretar su sentido, entender sus consecuencias e
implicaciones. Así, día tras día, en el silencio de la vida ordinaria,
María siguió conservando en su corazón los sucesivos acontecimientos
admirables de los que había sido testigo, hasta la prueba extrema de la
cruz y la gloria de la Resurrección. María vivió plenamente su
existencia, sus deberes diarios, su misión de madre, pero supo mantener
en sí misma un espacio interior para reflexionar sobre la palabra y
sobre la voluntad de Dios, sobre lo que acontecía en ella, sobre los
misterios de la vida de su Hijo.
En nuestro tiempo estamos
absorbidos por numerosas actividades y compromisos, preocupaciones y
problemas; a menudo se tiende a llenar todos los espacios del día, sin
tener un momento para detenerse a reflexionar y alimentar la vida
espiritual, el contacto con Dios. María nos enseña que es necesario
encontrar en nuestras jornadas, con todas las actividades, momentos para
recogernos en silencio y meditar sobre lo que el Señor nos quiere
enseñar, sobre cómo está presente y actúa en nuestra vida: ser capaces
de detenernos un momento y de meditar. San Agustín compara la meditación
sobre los misterios de Dios a la asimilación del alimento y usa un
verbo recurrente en toda la tradición cristiana: «rumiar»; los misterios
de Dios deben resonar continuamente en nosotros mismos para que nos
resulten familiares, guíen nuestra vida, nos nutran como sucede con el
alimento necesario para sostenernos. Y san Buenaventura, refiriéndose a
las palabras de la Sagrada Escritura dice que «es necesario rumiarlas
para que podamos fijarlas con ardiente aplicación del alma» (Coll. In Hex,
ed. Quaracchi 1934, p. 218). Así pues, meditar quiere decir crear en
nosotros una actitud de recogimiento, de silencio interior, para
reflexionar, asimilar los misterios de nuestra fe y lo que Dios obra en
nosotros; y no sólo las cosas que van y vienen. Podemos hacer esta
«rumia» de varias maneras, por ejemplo tomando un breve pasaje de la
Sagrada Escritura, sobre todo los Evangelios, los Hechos de los
Apóstoles, las Cartas de los apóstoles, o una página de un autor de
espiritualidad que nos acerca y hace más presentes las realidades de
Dios en nuestra actualidad; o tal vez, siguiendo el consejo del confesor
o del director espiritual, leer y reflexionar sobre lo que se ha leído,
deteniéndose en ello, tratando de comprenderlo, de entender qué me dice
a mí, qué me dice hoy, de abrir nuestra alma a lo que el Señor quiere
decirnos y enseñarnos. También el santo Rosario es una oración de
meditación: repitiendo el Avemaría se nos invita a volver a pensar y
reflexionar sobre el Misterio que hemos proclamado. Pero podemos
detenernos también en alguna experiencia espiritual intensa, en palabras
que nos han quedado grabadas al participar en la Eucaristía dominical.
Por lo tanto, como veis, hay muchos modos de meditar y así tomar
contacto con Dios y de acercarnos a Dios y, de esta manera, estar en
camino hacia el Paraíso.
Queridos amigos, la constancia en dar
tiempo a Dios es un elemento fundamental para el crecimiento espiritual;
será el Señor quien nos dará el gusto de sus misterios, de sus
palabras, de su presencia y su acción; sentir cuán hermoso es cuando
Dios habla con nosotros nos hará comprender de modo más profundo lo que
quiere de nosotros. En definitiva, este es precisamente el objetivo de
la meditación: abandonarnos cada vez más en las manos de Dios, con
confianza y amor, seguros de que sólo haciendo su voluntad al final
somos verdaderamente felices.
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