¡Hola amiguitos y amiguitas!
Faltan menos de 120 días para la JMJ, y lo que es mejor: ¡estamos ya en plena Semana Santa! En este tiempo celebramos los misterios más importantes de la vida de Cristo: su entrada en Jerusalén, la Última Cena, su Pasión y muerte en la Cruz, y su Resurrección. Que todo esto haya ocurrido verdaderamente es lo que posibilita que nosotros podamos tener vida y nuestra vida sentido: es lo que posibilita que podamos ser Santos.
En el año 2006 Benedicto XVI, tan majo él, comenzó a predicar cada miércoles desde Roma las Catequesis de la Iglesia. En ellas fue tratando cada día un santo de la historia de la Iglesia, empezando por San Pedro. La última de estas catequesis tuvo lugar la semana pasada, y como colofón a la historia de las vidas de tantos santos el Papa quiso hacer un llamamiento a que cada uno de nosotros podemos serlo también.
En efecto, Benedicto XVI acaba de recordárnoslo: ¡Se puede ser Santo! Sí, tú puedes ser Santo. La Santidad no es algo lejano a la que sólo están llamadas personas que desde siempre han sido extraordinarias. Lo que el Papa ha dicho es tan precioso que hoy ya no escribiré nada más (bueno, si, la despedida), el artículo de hoy es suyo:
Querido hermanos y hermanas:
¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo? A menudo se piensa que la santidad es un objetivo reservado a unos pocos elegidos. (…) La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en el realizar empresas extraordinarias, sino en la unión con Cristo, en el vivir sus misterios, en el hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La medida de la santidad vienen dada por la altura de la santidad que Cristo alcanza en nosotros, de cuanto, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida sobre la suya. (...)
Pero permanece la pregunta: ¿Cómo podemos recorrer el camino de santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta está clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo, que nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que nos transforma. (...)
Y quisiera añadir que para mí no sólo los grandes santos que amo y conozco bien son “señales en el camino”, sino que también los santos sencillos, es decir las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizados. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero que en su bondad de todos los días, veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia y para mi la apología segura del cristianismo y la señal de donde está la verdad. (...)
Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista desde esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana. (...)
Pero permanece la pregunta: ¿Cómo podemos recorrer el camino de santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta está clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo, que nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que nos transforma. (...)
Y quisiera añadir que para mí no sólo los grandes santos que amo y conozco bien son “señales en el camino”, sino que también los santos sencillos, es decir las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizados. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero que en su bondad de todos los días, veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia y para mi la apología segura del cristianismo y la señal de donde está la verdad. (...)
Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista desde esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana. (...)
Quisiera invitaros a todos a abriros a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser, también nosotros, como piezas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, para que el Rostro de Cristo resplandezca en la plenitud de su fulgor. No tengamos miedo de mirar hacia lo alto, hacia la altura de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado, sino que dejemos guiarnos en todas las acciones cotidianas por su Palabra, aunque si nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será Él el que nos transforme según su amor. Gracias.
Ojalá que podamos vivir esta Semana Santa así, desde Jesucristo, para poder decir lo mismo que dijo un soldado romano que le vio dar su vida en la cruz: realmente este es el hijo de Dios.
Hasta el próximo capítulo, querido amiguito o amiguita, allí hablaremos de otras cosas, que son otras historias y que tienen que ser contadas en otro momento.
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